RESUMEN
"En una época en que los terroristas practican juegos de muerte con rehenes; cuando las monedas se desploman entre rumores de una Tercera Guerra Mundial, arden las Embajadas y tropas de asalto bollan el suelo de numerosos países, nosotros contemplamos, horrorizados, los titulares de los periódicos. El precio del oro ese sensible barómetro del miedo bate todos los récords. Tiemblan los Bancos. La inflación se dispara, incontrolada. Y los Gobiernos del mundo quedan reducidos a la parálisis o la imbecilidad".
"La tercera ola es para los que creen que la historia humana, lejos de concluir, no ha hecho sino empezar".
Una nueva civilización está emergiendo en nuestras vidas, y hombres ciegos están intentando en todas partes sofocarla.
Tratamos de encontrar palabras para describir toda la fuerza y el alcance de este extraordinario cambio. Algunos hablan de una emergente Era espacial, Era de la información, Era electrónica o Aldea global. Zbigniew Brzezinski nos ha dicho que nos hallamos ante una “era tecnetrónica”. El sociólogo Daniel Bell describe el advenimiento de una “sociedad postindustrial”. Los futuristas soviéticos hablan de la RCT, la “revolución cientificotecnológica”. Yo mismo he escrito extensamente sobre el advenimiento de una “sociedad superindustrial”. Pero ninguno de estos términos, incluido el mío, es adecuado.
Algunas de estas expresiones, al centrarse en un único factor, reducen más que amplían nuestra comprensión.
Esperan confiadamente que el futuro sea una continuación del presente.
Este pensamiento lineal adopta varios aspectos. En un nivel se presenta como una presunción no sometida a examen que subyace a las decisiones de hombres de negocios, maestros, padres y políticos. En un nivel más sofisticado, aparece envuelto en estadísticas, datos computadorizados y jerga de pronosticadores. En ambos casos contribuye a una visión de un mundo futuro que es, esencialmente, “más de lo mismo”, industrialismo de la segunda ola mayor aún y extendido sobre una mayor superficie del Planeta.
Si la sociedad del mañana es, simplemente, una versión ampliada como en cinerama del presente, no necesitamos hacer gran cosa para prepararnos para ella. Si, por el contrario, la sociedad se halla inevitablemente abocada a la destrucción dentro del plazo de nuestras vidas, nada podemos hacer al respecto.
Ambas formas de contemplar el futuro engendran privatismo e inactividad. Ambas nos petrifican en la inacción.
Pero no es suficiente decir que los cambios a que nos enfrentamos serán revolucionarios. Antes de poder controlarlos o canalizarlos, necesitamos una nueva forma de identificarlos y analizarlos. Sin ello, estamos irremisiblemente perdidos.
Un nuevo y eficaz enfoque podría denominarse “análisis de oleaje”. Considera la Historia como una sucesión de encrespadas olas de cambio y pregunta adonde nos lleva la línea de avance de cada ola. Centra nuestra atención no tanto en las continuidades de la Historia (importantes como son) cuanto en las discontinuidades... las innovaciones y puntos de ruptura. Identifica las pautas fundamentales de cambio a medida que van surgiendo, de que podemos influir sobre ellas.
Comenzando con la sencilla idea de que el nacimiento de la agricultura constituyó el primer punto de inflexión en el desarrollo social humano y de que la revolución industrial formó la segunda gran innovación, contempla cada una de ellas no como un acontecimiento instantáneo, sino como una ola de cambio desplazándose a una determinada velocidad.
Antes de la primera ola de cambio, la mayoría de los humanos vivían en grupos pequeños y, a menudo, migratorios, y se alimentaban de la caza, la pesca o la cría de rebaños. En algún momento, hace aproximadamente diez milenios, se inició la revolución agrícola y se difundió lentamente por el Planeta, extendiendo poblados, asentamientos, tierra cultivada y una nueva forma de vida.
Siempre que una ola de cambio predomina en una determinada sociedad, es relativamente fácil columbrar la pauta del desarrollo futuro. Escritores, artistas, periodistas y otros descubren la “ola del futuro”.
Así, en la Europa del siglo XIX, muchos pensadores, empresarios, políticos y gente corriente tenían una imagen clara y básicamente correcta del futuro. Percibían que la Historia caminaba hacia el triunfo final del industrialismo sobre la agricultura premecanizada y previeron, con notable exactitud, muchos de los cambios que traería consigo la segunda ola: tecnologías más poderosas, ciudades más grandes, transporte más rápido, educación en masa, etc.
Como veremos, la cuestión política fundamental no es quién controla los últimos días de la sociedad industrial, sino quién configura la nueva civilización que está surgiendo rápidamente para remplazaría.
Los más urgentes problemas del mundo —alimentación, energía, control de armamentos, población, pobreza, recursos, ecología, clima, los problemas de los ancianos, el derrumbamiento de la comunidad urbana, la necesidad de un trabajo productivo y remunerador— no pueden resolverse ya dentro de la estructura del orden industrial.
Este conflicto es la “superlucha” por el mañana.Esta confrontación entre los intereses de la segunda ola y las gentes de la tercera ola atraviesa ya como una comente eléctrica la vida política de todas las naciones.
Las llamadas sociedades primitivas, que vivían en pequeñas bandas y tribus y subsistían mediante la caza o la pesca, eran las que habían sido dejadas de lado por la revolución agrícola.
Por el contrario, el mundo “civilizado” estaba constituido por aquella parte del Planeta en que la mayoría de la gente cultivaba el suelo. Pues dondequiera que surgió la agricultura, echó raíces la civilización. Desde China y la India hasta Benin y México, en Grecia y en Roma, las civilizaciones nacieron y murieron, lucharon y se fundieron en interminable y policroma mezcla.
Al extenderse a través de varias sociedades, la segunda ola encendió una sangrienta y prolongada guerra entre los defensores del pasado agrícola y los partidarios del futuro industrial. Las fuerzas de la primera y la segunda ola chocaron frontalmente, apañando a un lado y, a menudo, diezmando a los pueblos “agrícolas” que encontraban en su camino.
El prerrequisito de cualquier civilización, vieja o nueva, es la energía. Las sociedades de la primera ola obtenían su energía de “baterías vivientes” potencia muscular animal y humana o del sol, el viento y el agua. Los bosques eran talados para tener leña con que preparar la comida y calentarse. Ruedas accionadas por corrientes de agua o por la fuerza de las mareas hacían girar piedras de molino. Los molinos de viento rechinaban en los campos. Los animales arrastraban el arado.
Paralelamente al salto a un nuevo sistema de energía, se produjo un gigantesco avance en el campo de la tecnología. Las sociedades de la primera ola habían descansado en lo que hace dos mil años llamó Vitruvio “invenciones necesarias”. Pero esas primitivas cabrias y cuñas, catapultas, lagares, palancas y grúas fueron utilizadas principalmente para amplificar los músculos humanos o animales.La segunda ola llevó la tecnología a un nivel completamente nuevo.
La distribución individual dejó paso a la distribución en masa y la comercialización en masa, que se convirtieron en elemento componente de todas las sociedades industriales tan familiar y fundamental como la máquina misma.
La llamada familia nuclear padre, madre y unos pocos hijos, sin parientes molestos se convirtió en el modelo “moderno” standard, socialmente aprobado, de todas las sociedades industriales, tanto capitalistas como socialistas. Incluso en Japón, donde el culto a los antepasados otorgaba a los ancianos un papel excepcionalmente importante, la gran familia multigeneracional, estrecha mente unida, empezó a derrumbarse a medida que avanzaba la segunda ola.
Construida sobre el modelo de la fábrica, la educación general enseñaba los fundamentos de la lectura, la escritura y la aritmética, un poco de Historia y otras materias. Esto era el “programa descubierto”. Pero bajo él existía un “programa encubierto” o invisible, que era mucho más elemental.
Así, pues, a partir de mediados del siglo XIX, mientras la segunda ola se extendía por un país tras otro, asistimos a una incesante progresión educacional: los niños empezaban a asistir a la escuela cada vez a menor edad, el curso escolar se iba haciendo cada vez más largo (en los Estados Unidos aumentó en un 35% entre 1878 y 1956), y el número de años de educación obligatoria creció irresistiblemente.
En todas las sociedades de la segunda ola surgió una institución que amplió el control social de las dos primeras. Fue la invención conocida con el nombre de corporación. Hasta entonces, la típica empresa comercial había sido propiedad de un individuo, una familia o una asociación. Las corporaciones existían, pero eran sumamente raras.
La segunda ola, al avanzar sobre un país tras otro, destruyó este monopolio de las comunicaciones. No ocurrió esto porque los ricos y poderosos se volvieran súbitamente altruistas, sino porque la tecnología de la segunda ola y la producción en serie de las fábricas necesitaban movimientos masivos de información, que los viejos canales no podían ya manejar.
La información necesaria para la producción económica en las sociedades primitivas y en las de la primera ola es relativamente sencilla, y en general, se puede obtener de alguien cercano. Su forma es principalmente oral o gesticular. Por el contrario, las economías de la segunda ola requerían la estrecha coordinación de un trabajo realizado en muchos lugares. No sólo materias primas, sino también grandes cantidades de información debían ser producidas y cuidadosamente distribuidas.
De la segunda ola, todos los países se apresuraron a crear un servicio postal. La oficina de Correos fue un invento tan imaginativo y socialmente útil como lo fueron la desmotadora de algodón o la máquina de hilar, y, en un grado hoy olvidado, despertó un arrebatado entusiasmo. El orador norteamericano Edward Everett declaró: “No puedo por menos de considerar la oficina de Correos, junta al cristianismo, como el brazo derecho de nuestra moderna civilización.”
La segunda ola, como una reacción nuclear en cadena, separó violentamente dos aspectos de nuestras vidas que siempre, hasta entonces, habían sido uno solo. Al hacerlo, introdujo una gigantesca e invisible cuña en nuestra economía, nuestras mentes e incluso en nuestra personalidad sexual.A un nivel, la revolución industrial creó un sistema social maravillosamente integrado, con sus propias tecnologías distintivas, sus propias instituciones sociales y sus propios canales de información, todos ellos perfectamente ensamblados entre sí.
Las consecuencias de esta fisión fueron trascendentales. Aun ahora se nos hace difícil comprenderlas. En primer lugar, la plaza del mercado antes fenómeno secundario y periférico penetró en el vórtice mismo de la vida. La economía se “mercatizó”. Y esto sucedió tanto en las economías industriales capitalistas como en las socialistas.Los economistas occidentales tienden a considerar el mercado como un hecho puramente capitalista y utilizan a menudo el término como si fuese sinónimo de “economía de beneficio”. Sin embargo, según todo lo que sabemos de la Historia, el intercambio y, por consiguiente, la plaza de mercado surgió antes que el beneficio e independientemente de él. Pues el mercado, estrictamente hablando, no es más que una red de intercambio, un cuadro de distribución, como si dijéramos, a través del cual bienes o servicios, como mensajes, son encauzados a sus debidos destinos. No se trata de algo intrínsecamente capitalista.
Finalmente, la misma gigantesca cuña que separó al productor del consumidor en las sociedades de la segunda ola, separó también el trabajo en dos clases. Esto ejerció un enorme impacto sobre la vida familiar, sobre los papeles sexuales y sobre nuestras vidas interiores en cuanto individuos.
Toda civilización tiene un código oculto, un conjunto de reglas o principios que presiden todas sus actividades y las impregnan de un repetido diseño. Al extenderse el industrialismo por el Planeta, se hizo visible su diseño oculto. Se componía de seis principios interrelacionados que programaban el comportamiento de millones de personas. Surgidos naturalmente del divorcio entre producción y consumo, estos principios afectaron a todos los aspectos de la vida, desde el sexo y las diversiones, hasta el trabajo y la guerra.
El más conocido de estos principios de la segunda ola es la uniformización. Todo el mundo sabe que las sociedades industriales crean millones de productos idénticos.
Vail uniformó no sólo el aparato telefónico individual y todos sus componentes, sino también los procedimientos comerciales y la administración. En un anuncio publicitario de 1908, justificó su absorción de pequeñas compañías telefónicas argumentando en favor de “una cámara de compensación uniformizadora” que proporcionaría economía en la “construcción de equipo, líneas e instalaciones, así como en los métodos de funcionamiento y servicios legales”, por no mencionar “un sistema uniforme de administración y contabilidad”. Lo que Vail comprendió es que para triunfar en el entorno de la segunda ola había que uniformizar el “material intelectual” es decir, procedimientos y sistemas administrativos , juntamente con el material físico.
Un segundo gran principio impregnó el funcionamiento de todas las sociedades de la segunda ola: la especialización. Cuanta más diversidad eliminaba la segunda ola en materia de idioma, ocio y estilo de vida, más diversidad se necesitaba en la esfera del trabajo. Acelerando la división del trabajo, la segunda ola sustituyó al campesino más o menos habilidoso por el especialista concienzudo y el obrero que solamente realizaba una tarea repetida hasta el infinito a la manera preconizada por Taylor.
El auge del mercado dio origen a otra regla de la civilización de la segunda ola: el principio de concentración.
Las sociedades de la primera ola vivían de fuentes muy dispersas de energía. Las sociedades de la segunda ola se hicieron casi por completo dependientes de depósitos altamente concentrados de combustible fósil.
Pero la segunda ola no concentró solamente la energía. Concentró también la población, desplazando los habitantes de las zonas rurales y reinstalándolos en centros urbanos gigantescos. Concentró incluso el trabajo.
La escisión provocada entre producción y consumo creó también en todas las sociedades de la segunda ola un caso de “macrofilia” obsesiva, una especie de apasionamiento tejano por las grandes dimensiones y el desarrollo. Si era cierto que series mayores de producción en la fábrica determinarían costes unitarios más bajos, entonces, por analogía, los aumentos de escala producirían también economías en otras actividades. “Grande” se convirtió en sinónimo de “eficiente”, y la maximización se transformó en el quinto principio fundamental.
Los Gobiernos de la segunda ola se lanzaron en todo el mundo a una ciega carrera por aumentar a toda costa el PNB, maximizando el “crecimiento” aun a riesgo de un desastre ecológico y social. El principio macrofílico estaba tan profundamente arraigado en la mentalidad industrial, que nada parecía más razonable. La maximización si situó junto a la uniformización, la especialización y las otras normas industriales fundamentales.
Finalmente, todas las naciones industriales convirtieron la centralización en un bello arte. Si bien la Iglesia y muchos gobernantes de la primera ola sabían perfectamente cómo centralizar el poder, actuaban con sociedades mucho menos complejas y eran toscos aficionados en comparación con los hombres y mujeres que centralizaban las sociedades industriales a partir de su misma base.
Como hemos visto, el industrialismo disgregó la sociedad en miles de partes entrelazadas, fábricas, iglesias, escuelas, sindicatos, cárceles, hospitales, etc. Rompió la línea de mando entre iglesia, Estado e individuo. Rompió el conocimiento en disciplinas especializadas. Fragmentó los trabajos. Rompió las familias en unidades más pequeñas. Al hacerlo, fraccionó en mil pedazos la vida y la cultura de la comunidad.
Integrar un solo negocio, o incluso una industria entera, era simplemente, una pequeña parte de lo que había que hacer. Como hemos visto, la moderna sociedad industrial desarrolló gran número de organizaciones, desde sindicatos y asociaciones empresariales, hasta iglesias, escuelas, clínicas y grupos recreativos, todos los cuales debían funcionar dentro de un marco de reglas previsibles. Se necesitaban leyes. Por encima de todo, la infosfera, la sociosfera y la tecnosfera debían alinearse una junto a otra.
Los hombres de negocios, intelectuales y revolucionarios del primer período industrial, estaban virtualmente hipnotizados por la maquinaria. Se sentían fascinados por las máquinas de vapor, relojes, telares, bombas y pistones, y construyeron innumerables analogías basadas en las sencillas tecnologías mecanicistas de su tiempo. No fue casualidad que hombres como Benjamín Franklin y Thomas Jefferson fueran científicos e inventores, además de revolucionarios políticos.
Nacido de los sueños liberadores de los revolucionarios de la segunda ola, el Gobierno representativo constituyó un extraordinario avance con respecto a anteriores sistemas de poder, un triunfo tecnológico más sorprendente aún, a su manera, que la máquina de vapor o el aeroplano.
El Gobierno representativo hizo posible una ordenada sucesión sin la existencia de dinastía hereditaria. Abrió canales de comunicación entre las capas superiores y las inferiores de la sociedad. Proporcionó el terreno en que podrían reconciliarse pacíficamente las diferencias entre los distintos grupos.
Antes de que la segunda ola empezara a recorrer Europa, la mayor parte de las regiones del mundo no estaban aún consolidadas como naciones, sino que se hallaban organizadas, más bien, en una mezcolanza de tribus, clanes, ducados, principados, reinos y otras unidades más o menos locales.
Al tratar de extender su mercado y su actividad política, los Gobiernos tropezaron con límites exteriores: diferencias idiomáticas, barreras culturales, sociales, geográficas y estratégicas. Los medios de transporte y de comunicación existentes y los recursos energéticos, la productividad de su tecnología, todo ello establecía límites a la amplitud del área que podía ser eficazmente gobernada por una sola estructura política. La sofisticación de los procedimientos contables, los controles presupuestarios y las técnicas de administración determinaban también el ámbito al que podía llegar la integración política.
Ninguna civilización se extiende sin conflicto. Antes de que pasara mucho tiempo, la civilización de la segunda ola desencadenó un masivo ataque contra el mundo de la primera ola, triunfó e impuso su voluntad sobre millones, y finalmente miles de millones, de seres humanos.
El estímulo para crear este mercado mundial integrado se basaba en la idea —que tuvo en David Ricardo, su mejor formulador— de que la división del trabajo debía aplicarse a las naciones, además, de a los obreros.
Nadie conoce con detalle qué es lo que nos reserva el futuro ni qué será lo que mejor funcione en una sociedad de la tercera ola. Por esta razón, debemos pensar no en una única y masiva reorganización ni en un solo cambio revolucionario y cataclísmico impuesto desde arriba, sino en miles de experimentos conscientes y descentralizados que nos permitan probar nuevos modelos de proceso decisional a niveles locales y regionales, antes de su aplicación a niveles nacionales y transnacionales.
Pero, al mismo tiempo, debemos empezar también a crear un organismo para una similar experimentación y radicalmente nueva configuración a niveles asimismo nacionales y transnacionales. Los generalizados sentimientos de desilusión, irritación y amargura contra los Gobiernos de la segunda ola pueden ser, o bien excitados hasta un fanático frenesí por demagogos deseosos de la implantación de regímenes autoritarios, o movilizados para el proceso de reconstrucción democrática.
"Como la generación de los revolucionarios puros, nosotros tenemos un destino que crear".
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EN CONCLUSION PODEMOS DAR MENCION A LA EVOLUCIÓN DE UN MUNDO QUE CON CON EL PASAR DEL TIEMPO SE VA VER OPACADA POR LA TECNOLOGÍA UNA ERA DONDE EL HOMBRE SERÁ EL ESCLAVO Y LAS MÁQUINAS LOS JEFES.EN EL ÁREA INDUSTRIAL, EN EL MUNDO DONDE LAS COMUNICACIONES CORPORATIVAS SERÁN CUESTION DE TECNOLOPODER.MIENTRAS MAS TECNOLOGÍA TENGAS, MÁS PODER TENDRÁS...SOCIEDAD Y SUCIEDAD TECNOLOGICA COMUNICACIONAL.